Mis hijos (21/08/2014)
Siempre he pensado que los hijos no deben nada a sus padres, que es al revés, que son los padres los que deben todo a sus hijos: su inconsciencia (a veces mala fe) engendradora; su amaestramiento en el desear, la culpa, la ideología y el súper ego…su adiestramiento en un proyecto social (colectivo) contradictorio; etc., etc.,
Y por esto cuando los hijos determinan su modo de integrarse en la sociedad, los padres sentimos que somos exonerados por ellos en la medida que vemos sus vidas como arrastres de las nuestras, como desarrollos de alternativas germinales que mantenemos en nuestros interiores como vocaciones sacrificadas por nuestras propias circunstancias.
Miguel es bombero… dedicado a ayudar a los otros en el trágico trance del fuego o la hecatombe.
Nerea: idealista radical, anhelante de fantasía, se fue, quizás cuando su adolescencia se resolvía en juventud.
Uriel se mantiene como artesano plástico buscador de éxtasis configurales formadores y colectivos en una sociedad incierta y en crisis.
Pachopa un día decidió explorar los bordes de la marginalidad social… y ahí está sufriendo su pérdida de perfil productivo.
Mairea es pura interacción… interconectante,… pura pasión autorealizadora.
Miguel es un alter ego muy próximo de mis propias inclinaciones. Nerea soy yo mismo detenido en un pretérito indefinido. Uriel soy también, yo en otras circunstancias, Pachopa es mi reverso inverso, mi autentica inquietud al final de mi vida.
Y Mairea es mi pasión, mi entusiasmo ante un vivir que todavía no veo determinado.
Y aquí aparece Ana, mi gran compañera eterna, mi cómplice, mi espacio vital, yo mismo radicalmente ajenizado, el vacío estimulante que lleva conteniendo mis resonancias desde siempre.